sábado, 7 de febrero de 2009

La Batalla de Saratoga (1777)

La Batalla de Saratoga



La batalla de Saratoga fue uno de los enfrentamientos más importantes librados durante el transcurso de la Guerra de Independencia de los Estados Unidos. Su desenlace, en gran medida, contribuyó a decidir el resultado final de la contienda a favor del ejército continental. Esta batalla tuvo lugar entre 19 de septiembre y el 7 de octubre del año 1777 en Saratoga, una región ubicada entre Boston y la zona de los Grandes Lagos, en las proximidades del río Hudson. El general británico John Burgoyne pretendía mediante la posición de sus tropas en la zona, aislar a Nueva Inglaterra del resto de las colonias del norte y causar la mayor cantidad de bajas posibles entre las filas del ejército rebelde. Su plan consistía en remontar el valle del río Hudson desde Montreal, donde se hallaban reunidas sus columnas, subiendo a lo largo de este camino fluvial con el apoyo de las tropas británicas asentadas en Nueva York. Estas últimas, acaudilladas por el general Howe, atacarían por el norte y se le unirían en Albany para crear un frente común y emprender una ofensiva conjunta.


El General John "Johnnie Caballero" Burgoyne


Desde que el 4 de julio de 1.776 las Trece Colonias proclamaran su independencia en contra de la Corona, Su Majestad el Rey Jorge III se había visto arrastrado a una costosa guerra en la lejana América del Norte para la cual su país no estaba preparado. Desde luego, no era el mejor momento. La dura Guerra de los Siete Años, aunque triunfal, había salido cara para los ingleses, acostumbrados a ejércitos pequeños y profesionales. El reclutamiento masivo que hubo que realizar se hizo a expensas de endeudar a la nación, y los frutos de la victoria, aunque muy rentables a largo plazo, no sufragaban los costos en el futuro inmediato. Las ya de por si escasas unidades que se ocupaban de mantener la ley británica se encontraron con que ahora debían cubrir el doble de territorio, con una población que no siempre admitió de buen grado el cambio de nacionalidad, y sin un conocimiento adecuado de las nuevas zonas asignadas a controlar. Esto generó problemas desde el principio, no sólo con los colonos, sino también con los indios. “La ley del Rey Jorge llega sólo hasta donde llegan sus mosquetes”, era un dicho de los oportunistas y maleantes de la frontera. Y los mosquetes del Rey no llegaban demasiado lejos.

Archivo:General Horatio Gates 1778.jpg
Retrato de Horatio Gates.

Tras las primeras derrotas del ejército inglés a manos de los rebeldes, la situación se agravaba por momentos. El hecho de que tropas metropolitanas fueran rechazadas por milicias de granjeros exasperaba al Rey, que veía además cómo con cada victoria se aumentaba la insurrección. Si las cosas continuaban a este ritmo, las colonias obtendrían su independencia, e Inglaterra quedaría humillada. Era inadmisible.Se planeó entonces una campaña que restableciera la autoridad del Rey y el mermado prestigio británico. Sería una campaña de verano, aprovechando el buen tiempo, que haría descender al ejército primero por el Lago Champlain y luego a lo largo del Río Hudson, rompiendo las fuerzas y la moral de los insurgentes en su avance. Si tenía éxito, la captura de Albany y la ruptura del frente rebelde terminaría con gran parte del conflicto. Fue puesto al mando de la operación el que fuera su artífice, el Teniente General John Burgoyne.

BUSCANDO LA LIBERTAD

El Ejército Continental de los Estados Unidos de América no era ni con mucho igual a su homólogo británico. Cuando las 13 Colonias proclamaron su independencia, se formó una amalgama de regimientos, compuestos en su mayoría por unidades de milicia, voluntarios con poca o ninguna experiencia militar, que apenas sí sabían formar. El modo de vida rural de gran parte de la población, y los riesgos de la frontera, hacían que para gran parte de estos hombres, no obstante, el uso del mosquete no fuera totalmente desconocido. La ausencia de una defensa efectiva de los territorios por parte de las unidades regulares de la Corona, así como los innumerables peligros que acechaban a estas gentes de la zona rural, tales como los indios, hacían que hubiera expertos exploradores y tiradores, ideales para las tareas de hostigación. A ello se le unía una gran cantidad de hombres que habían servido durante la Guerra de los Siete Años y que sí habían adquirido experiencia en combate, generando una heterogénea composición de las unidades que se crearon.


Los generales americanos pronto sufrieron en sangre el cometer el error de entablar batalla con sus homólogos ingleses en campo abierto y del modo tradicional, sufriendo gran cantidad de bajas. No obstante, la constancia de estos hombres y la de quienes estaban a su cargo hizo finalmente mella y poco a poco lograron alcanzar victorias sobre sus enemigos. De hecho, para cuando se inició la campaña de Saratoga, el propio ejército de George Washington había derrotado a Sir William Howe en las batallas de Trenton y de Princeton, y se había logrado abortar otra ofensiva lanzada a través del mismo Lago Champlain que Sir Guido Carleton, Gobernador General de Canadá, había tratado de llevar a cabo, siendo derrotado en una batalla naval. Victorias estas que demostraban cómo el tiempo jugaba a favor de la causa de los insurgentes, que adquirirían experiencia y confianza a cada nuevo logro. Para los británicos, esto supuso la necesidad de un cambio de estrategia para cortar de raíz el problema e impedir que se extendiera.
El mando americano encargado de esta nueva misión durante la campaña de Saratoga estuvo a cargo del General Horatio Gates, un hombre nacido en Inglaterra. Era un hombre inteligente y capaz, y había servido en el ejército británico, en América, hasta que se fue a vivir a Virginia. Junto a él, el General Benedict Arnold, un hombre audaz y muy valiente, y el Coronel Daniel Morgan, que mandaba una unidad de tiradores de elite, ardían en deseos de entablar combate. Los hombres de Morgan, en especial, habían sido equipados con el magnífico mosquete Pennsylvania, y se esperaba que esto les diera una importante ventaja en la batalla. Hasta 500 de estos hombres se unieron a los 7.000 ya disponibles, y a los 22 cañones que esperaban la acometida británica, dispuestos a frenarla en seco.


Retrto del General Benedict Arnold


EN DEFENSA DEL REY JORGE

Tras la Guerra de los Siete Años, el enorme gasto que suponía el incremento que se había realizado del ejército británico era algo que la Corona ya no podía continuar asumiendo. Los inmensos costes de semejantes fuerzas armadas, unido al hecho del fin de la propia guerra, propiciaban un proceso de desmilitarización y licenciamiento de las tropas. No obstante, y con un imperio colonial en continua expansión, se trató de limitar sólo en parte este proceso. Entre las medidas a tomar, se vio con buenos ojos la reducción de efectivos de las distintas unidades y el asignar los costos de las tropas de ultramar a los colonos del Nuevo Mundo. Así, se redujo el número de batallones por regimiento y los hombres que los componían, eliminando así en parte su efectividad de combate. Con todo, su superioridad en disciplina y potencia de fuego con respecto a los insurgentes no tenía comparativa, dominando el campo de batalla siempre que se luchara “a la europea”.
El arma de que estaba dotado el infante británico era el llamado mosquete Brown Bess, un arma de gran calibre, pero de escaso alcance, muy de la época, que fomentaba en los oficiales la teoría de que, a menos que fuera posible el tiro contra formaciones enemigas cerradas y en campo abierto, se debía desalojar al adversario mediante cargas a la bayoneta. Junto al Brown Bess, la Artillería Real utilizaba cañones de 3 y 6 libras, o de 12 y hasta 24 para asediar fuertes.
El ejército inglés de la campaña de Saratoga estuvo mandado por el Teniente General John Burgoyne, un veterano soldado que había logrado gran fama por su heroico asalto a una ciudadela enemiga durante la Guerra de los Siete Años. Hombre de recursos y buen estratega, por desgracia su experiencia estaba marcada por el estilo de lucha europeo, tan poco efectivo en los densos bosques de Nueva Inglaterra. Dicha experiencia le impidió adaptarse a las circunstancias y a la campaña de hostigación de los rebeldes. A su mando quedaron para la ofensiva 6 brigadas de infantería regular británica, a cargo del general Fraser, a las que se unieron mercenarios alemanes, bajo el mando del general Von Riedesel, así como 250 voluntarios canadienses y norteamericanos fieles a la Corona, y casi medio centenar de indios. Unos 8.000 hombres y 138 cañones fueron puestos a sus órdenes para la campaña, seguidos por 220 carros de suministro, que formaban una larga cola detrás de las unidades regulares.
El plan de Burgoyne era simple. Mientras él, con el grueso del ejército, cruzaba el Lago Champlain y después seguía a lo largo del Río Hudson, el Teniente Coronel Barry St. Leger descendería coordinadamente desde el Lago Ontario, para continuar ruta por el valle del Río Mohawk, envolviendo así a los insurgentes entre dos fuerzas, y cayendo después sobre Albany, importante foco de la resistencia norteamericana. Una tercera columna, procedente del Ejército del General Howe, al mando de Sir Henry Clinton, ascendería desde Nueva York hacia el Norte, convergiendo con las otras dos fuerzas, y cerrando así la pinza sobre los rebeldes. El plan era totalmente seguro, puesto que impedía que los insurgentes escaparan de la bien planeada trampa británica. Con esta idea, Burgoyne dio orden de iniciar las operaciones.



AVANZANDO HACIA EL ENEMIGO

La ofensiva inglesa se inició el 21 de junio de 1.777, cuando Burgoyne zarpó con sus hombres en 200 barcos de fondo plano para atravesar el Lago Champlain y atacar el Fuerte Tyconderoga. Allí, 3.000 soldados del Ejército Continental de los recién constituidos Estados Unidos de América les esperaban, en teoría como primera línea de defensa. Sin embargo, los mandos insurgentes habían bajado la guardia después de las fallidas campañas anteriores, y los hombres de la guarnición prefirieron evitar el enfrentamiento. Aprovechando la poca maniobrabilidad de la columna anfibia británica, los americanos evacuaron la posición en dos grupos, cada uno de ellos con rumbos diferentes. Parte huyó a bordo de los barcos que allí se encontraban, y el resto se retiró por tierra hacia el Sur, reuniéndose al cabo de 65 kilómetros con las tropas de Schuyler, para alertarle y agrupar fuerzas.
Burgoyne decidió actuar con rapidez y romper dicha concentración enemiga, enviando a Fraser con una columna para aplastar a los rebeldes. El 7 de julio, en Hubbardton, atacó la retaguardia enemiga y logró hacer gran cantidad de prisioneros, mientras los americanos se retiraban con fuertes bajas en el duro combate que tuvo lugar. Con respecto a los barcos enemigos, Burgoyne no tenía intención de dejarles escapar, de modo que procedió a perseguirlos también. Tyconderoga quedó bajo el control de dos regimientos regulares ingleses, y el resto de la fuerza inició la marcha, alcanzando al enemigo en Skenesborough y capturando gran cantidad de material, incluidos los cañones de los rebeldes. El plan había salido bien, y por ahora, la ofensiva estaba siendo todo un éxito. Sólo quedaba explotarlo.
El objetivo de la ofensiva siempre había sido Albany, a casi 100 kilómetros de distancia. Dado que el foco y el espíritu principal de la resistencia era Nueva Inglaterra, la caída de Albany supondría un importante golpe moral para los insurgentes, y sería, además de ese golpe de efecto, una demoledora división de las fuerzas enemigas, aislando así a unas de otras. Por este motivo, los realistas reanudaron la marcha, seguidos por el largo tren de carromatos de suministro de más de 200 carretas, descubriendo demasiado tarde que no era suficiente abastecimiento para alcanzar el objetivo. Hombre de recursos, Burgoyne no se amilanó, y trató de asaltar los depósitos enemigos y abastecerse de ellos. Por desgracia, sus fuerzas fueron incapaces de tomar Bennington, en Vermont, y la ofensiva se detuvo fatalmente.
Los planes de Burgoyne se habían truncado. Para colmo de males, sus dos supuestas columnas de apoyo, la del Mohawk y la del Sur, habían sido rechazadas. St. Leger había empezado también a buen ritmo y había avanzado a lo largo del Mohawk al frente de unos 1.500 hombres, pero su progreso se detuvo en seco a las puertas de Fort Stanwix. Confesándose incapaz de vencer la posición, St. Leger se dio por vencido y volvió sobre sus pasos, abandonando así a Burgoyne en una comprometida situación. En lo que se refiere a los hombres de Howe, el esfuerzo fue aún menor. Considerando que Burgoyne se bastaría para aplastar a los rebeldes sin ayuda, Howe sólo había destacado un pequeño grupo para que Clinton apoyara la campaña, puesto que estaba más interesado en sus propios éxitos en Pensilvania. Así pues, Clinton apenas hizo progresos productivos para ayudar a Burgoyne, y esperó a que se le enviaran refuerzos. Por desgracia para la columna principal, Howe no estaría en condiciones de moverse en su ayuda antes del invierno
, y para entonces sería ya demasiado tarde. La suerte estaba echada.



SOLOS CONTRA EL DESTINO

Para Burgoyne, la situación había adquirido una gran dosis de gravedad. Aunque no fuera desesperada, lo cierto es que ahora se enfrentaba, en solitario, a todo el ejército de los insurgentes en la zona de Nueva Inglaterra. Hasta 7.000 hombres había podido reunir el General Horatio Gates, al mando de los rebeldes, apoyados por 22 cañones. No sólo eso, sino que además contaba con la ventaja de la posición. Mientras que Burgoyne se había adentrado, aventurándose mucho, seguro de su victoria, las fuerzas de Gates se habían ido juntando, aprovechando los mejores recursos y suministros y el conocimiento del terreno, mientras que los soldados ingleses, después de su fracaso en Vermont, se encontraban hambrientos y cansados, en un área hostil y con una línea de retirada no del todo segura. Era una gran oportunidad. El General George Washington así lo sabía, y había enviado para apoyar a Gates, tan pronto como supo de la invasión, a un grupo de élite, 500 tiradores expertos, entrenados en tácticas de hostigación, quequedaron al mando del Coronel Daniel Morgan.Por su parte Burgoyne, haciendo gala de una buena habilidad como comandante, se las arregló para recibir suministros, apoyados por algunas unidades alemanas que reforzaron su fuerza. El hecho de conseguir esos suministros levantó la moral de los hombres y la de sus jefes, y el general inglés decidió arriesgar el todo por el todo y reanudar el avance. Si lo conseguía, y derrotaba a los americanos, la campaña habría merecido la pena y se convertiría de una mediocre operación en la ofensiva que habría salvado la tierra del Rey. Pero, ¿y si fracasaba? Esta no era una opción viable. Si se adentraba más en territorio enemigo, una derrota supondría no sólo el fin de la campaña, sino también el fin de su ejército, pues los insurgentes lo tendrían fácil para romper su retirada y cortar de nuevo el suministro. Era necesaria la victoria.
El 13 de septiembre, el ejército inglés reanudó su avance. El objetivo seguía siendo Albany, en ese sentido la campaña no había cambiado. El Río Hudson fue vadeado mediante un puente de pontones a la altura de Saratoga, y las tropas se agruparon al otro lado de la ribera. Los exploradores traían noticias en ocasiones contradictorias, lo que no contribuyó a favorecer el avance de las casacas rojas. La realidad era que los americanos, después de analizar la situación, habían decidido buscar la batalla en un terreno de su elección, y esperaban a las tropas realistas en las llamadas Colinas de Bemis, donde Gates ocupaba el puesto del ahora reemplazado general Schuyler.
El amanecer del día 19 de septiembre se encontró con una espesa niebla en el valle del Río Hudson. Los oficiales del ejército británico se reunieron con su general, mientras los hombres procedían a levantar el campamento y se disponían a reiniciar la sufrida marcha hacia Albany. A la sombra de su tienda de campaña, y alumbrados las siempre bailantes lámparas, que generaban fantasmas entre las sombras de la lona, los mandos británicos prepararon el orden de marcha. Burgoyne dispuso a sus fuerzas en tres columnas paralelas, de modo que cada una de ellas siempre tuviera, cuando menos, uno de los flancos cubiertos por sus camaradas de la formación de al lado, que además apoyaría en caso de enfrentamiento. Así pues, el mando de uno de los flancos recayó en el general Fraser, quien dispondría de unos 2.500 hombres, en su mayoría de la infantería regular. En el otro extremo de la formación, las compañías alemanas, apoyadas por la artillería, cubrirían el lado del río, bajo el mando del Barón Von Riedesel, mientras que el propio Burgoyne asumiría el mando de la columna central con el resto de las tropas de infantería de línea.

Mapa de la Batalla de Freeman's Farm - Guerra de la Independencia de América


LA BATALLA DE LA GRANJA FREEMAN

La columna central avanzaba por un claro del bosque, en los aledaños de una granja, llamada Granja Freeman, cuando fueron atacados. La vanguardia de la columna se retiró para reunirse con el resto de la infantería inglesa, perseguida de cerca por los insurgentes. Eran estos los 500 tiradores del Coronel Daniel Morgan, una unidad de elite despachada por el propio George Washington, y que se había adelantado al resto de las tropas de Gates en misión de reconocimiento. Burgoyne estableció inmediatamente su cuartel general en la propia Granja Freeman y formó a sus hombres, desconocedor aún de la fuerza del enemigo, y preparándose para un enfrentamiento “a la europea”. Eran aproximadamente las 11:00 de la mañana cuando los imprudentes soldados de Morgan volvían a la cobertura de los árboles, dispersados por el fuego de batallón de la infantería regular británica. El sufrido coronel intentó una maniobra de flanqueo contra la posición inglesa, pero la estrategia de Burgoyne de las columnas paralelas daba sus frutos
y los insurgentes fueron rechazados de nuevo, esta vez por las tropas de Fraser, que también procedieron a desplegarse. Mucho más cautas a la vista de los resultados, las tropas de Morgan se parapetaron en los árboles y comenzó un fuego de fusilería sobre las unidades desplegadas en el claro de la granja, donde la formación cerrada de los batallones de infantería regular empezó a pasar factura. Los hombres eran abatidos con facilidad en sus posiciones, sin que los tiradores americanos tuvieran apenas que apuntar para causar bajas. La llegada de unidades de la milicia de New Hampshire incitó a Morgan a preparar otra carga, mientras los heridos ingleses eran atendidos en los cobertizos de la granja, en el centro de la línea británica. Cuatro cañones y tres regimientos de infantería de línea de Su Majestad cubrían la desguarnecida posición, mientras que el 9º de infantería actuaba como reserva y mantenía cohesión entre la posición de Burgoyne y la de Fraser. Los hombres de la milicia se lanzaron a la carga contra las casacas rojas, pero fueron rechazados por el fuego del 20º y del 62º regimientos de regulares, mientras que el 21º continuaba acumulando bajas por el fuego graneado de los tiradores.

Expediente: Saratoga-freeman.jpg
Lugar en la Actualidad donde tubo lugar la batalla de la Granja Freemam.

Fracasado el ataque de los rebeldes, Morgan ordenó disparar a los oficiales enemigos, creando más confusión en las formadas unidades de infantería, que aún así rechazaron otra serie de cargas de los milicianos americanos. Las bajas en los tres regimientos ingleses alcanzaron cifras espantosas, y sólo el apoyo de los cuatro cañones apostados junto a la granja había detenido los ataques enemigos, pero la situación era crítica. Burgoyne comprobó que sus unidades estaban cercanas al colapso, y para colmo de males, los americanos se reagrupaban, preparándose para lanzar otra carga. El campo estaba sembrado de casacas rojas, que apenas ocultaban la sangre que brotaba de los cuerpos y que se mezclaba con la tierra de lo que antes fueron cultivos. Haciendo acopio de valor, ordenó a sus hombres prepararse para resistir hasta el final, pero sabiendo que no serían capaces de rechazar una sexta carga.

Los americanos por su parte no se hicieron de rogar, y la sufrida milicia lanzó su nueva y sangrienta carga, apoyados por el fuego de los tiradores de elite, y con la fuerza del que sabe que está a punto de desmoronar al enemigo. Saliendo de sus posiciones, se lanzaron al claro y avanzaron bajo las descargas cerradas de fusilería, buscando el enfrentamiento cuerpo a cuerpo. Fue entonces cuando las tropas de Von Riedesel, con los soldados Brünswick a la cabeza, que llevaban esperando dos años desde que los desembarcaron en América para combatir, cayeron sobre el flanco de los rebeldes, abortando su carga y provocando la retirada a través del bosque. El milagro se llamaba Brünswick, y el héroe del día, Von Riedesel. Sin embargo, había salido demasiado caro. Los cuerpos del 20º de infantería alfombraban el claro y se mezclaban con los del 21º y el 62º, dejando manchas rojas por toda la zona. Las bajas habían sido inmensas, y los tres regimientos habían quedado prácticamente fuera de combate. El hecho de haber pr
esentado batalla en el claro, desplegados en formación cerrada, había provocado que los tiradores americanos hicieran estragos en las filas. Las fuerzas de Burgoyne nunca se recuperarían de esta batalla.

Batalla de Saratoga
Brigada del General Benedict Arnold durante la batalla.

LUCHA POR LOS REDUCTOS

Ahora el plan de Burgoyne estaba al borde del colapso. Los heridos se acumulaban a su alrededor, y sólo quedaban víveres para resistir un mes. El avance en estas condiciones se hacía imposible, por lo que el general inglés, tras reunirse con sus propios mandos, Von Riedesel y Fraser, optó por fortificar su posición, con la esperanza de que Clinton y las fuerzas de Howe, desde Pennsylvania, forzaran la marcha o, al menos, provocaran un ataque lo suficientemente fuerte como para desviar algunas de las tropas rebeldes hacia el Sur y liberar así algo de presión. Así pues, se edificó un entramado con tres fortificaciones, a saber, el Gran Reducto, Breyman y Balcarres, y los ingleses se prepararon para una larga espera.
Howe, por su parte, no estaba en mejores condiciones que al inicio de la campaña, de modo que la situación de los defensores fue empeorando. Hacia primeros de octubre la situación se tornaba crítica, y Burgoyne comenzó a prepararse para la lenta e inevitable retirada. 1.500 hombres y 10 cañones partieron a explorar una posible ruta de evacuación y para confirmar la posición del enemigo. Este, por su parte, también comenzó a moverse. Gates había decidido cambiar de estrategia y provocar la batalla antes de que los realistas pudieran salvar el ejército. Se planeó una maniobra de flanqueo, encabezada por Daniel Morgan y sus tiradores, así como la infantería ligera, y, finalmente, dos brigadas de la milicia. Al mismo tiempo, el plan de Gates incluía otro ataque coordinado contra el flanco izquierdo enemigo, que unido al primero de Morgan, haría girar el frente inglés, permitiendo que el ataque principal, a cargo del general Learned, rompiera las defensas realistas, aplastando así su resistencia.
En el mismo escenario del anterior enfrentamiento, la Granja Freeman, los cañones comenzaron a tronar. Ahora el claro estaba fortificado, por lo que los ingleses pudieron hacer un fuego concentrado que salió caro a los rebeldes. No obstante, estos eran demasiados. Con el general Benedict Arnold a la cabeza, que resultó herido durante el asalto, cientos de hombres surgieron del bosque y obligaron a las unidades inglesas a replegarse, una tras otra, hasta la protección del Reducto Balcarres, mientras que los alemanes apoyaban desde el Breyman. Por la retaguardia, tras rodear la colina, los hombres de Morgan hacían estragos entre los británicos, cogidos ahora desde dos lados.

Expediente: Arnold en Saratoga.jpg
El General Benedict Arnold en la Batalla de Bemis Alturas.

El momento crítico de la batalla llegó cuando Learned asaltó el centro de Burgoyne, terminando de colapsar la resistencia inglesa. El plan estaba saliendo exactamente como lo habían diseñado los generales insurgentes, como si de un manual se tratara. Los alemanes cedieron a la presión de los rebeldes, y ni Von Riedesel ni Fraser pudieron evitar ya la desbandada. El propio Fraser resultó muerto cuando fue abatido por un tirador de los hombres de Morgan. Los ingleses se retiraron al Gran Reducto y, al amparo de la oscuridad de la noche, trataron de retirarse de nuevo por el puente de pontones que habían construido en Saratoga, a través del río, y llegar a Fuerte Tyconderoga. Era una esperanza vacía. Previendo esta maniobra, los rebeldes se habían adelantado, y sus baterías abrían fuego desde el otro lado de la ribera. Ahora ya no había salida ni escapatoria posible para escapar de la trampa americana.

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Monumento en recuerdo a la batalla de Saratoga.

UNA CAMPAÑA FALLIDA

600 hombres alfombraban el campo de batalla, y cientos más estaban heridos. Toda esperanza de victoria se había desvanecido. En estas condiciones, Burgoyne decidió que no tenía sentido continuar la lucha y buscó los términos de la rendición. Esta segunda batalla les había costado a los americanos únicamente unos 200 muertos. Un generoso acuerdo autorizó a los ingleses a volver a Inglaterra a condición de que nunca volvieran a poner pie en América, pero cuando los soldados se hacían la falsa ilusión de prepararse para regresar a casa, fueron hechos prisioneros, al revocar el Congreso el tratado. No estaban dispuestos a correr el riesgo de que la Corona no aceptara el acuerdo, y se adelantaron a romperlo, lo que ocasionó la indignación tanto de amigos como enemigos. Hubo un duro trato de la Cámara por parte de la prensa, que hizo ver el suceso como un insulto a los ideales por los que en teoría se luchaba. A pesar de ello, el Congreso Continental fue inflexible y retuvo a los hombres, en una actuación que “fue casi similar a disparar contra una bandera blanca de parlamento”, como se dijo en repetidas ocasiones.
Las consecuencias de Saratoga, al margen de las evidentes de una derrota militar, supusieron una serie de resultados a nivel político y estratégico. Por un lado, los británicos perdieron la iniciativa en la guerra, y por otro, un atisbo de esperanza de victoria se abrió para los colonos americanos. La iniciativa pasó ahora a una situación ambigua, según uno u otro bando lanzaba sus propias ofensivas, y la moral nacional americana salió excepcionalmente reforzada. Para los ingleses, por su parte, empezó a quedarles clara la posibilidad de la independencia de las colonias, que ahora parecían directas hacia el camino del éxito. Esto generó malestar no sólo a nivel político o en los altos generales, sino también al soldado de a pie, que comenzó a plantearse la inutilidad de su sacrificio en una tierra que, después de todo, iba a ser independiente.
En el plano político, las gestiones con una Francia deseosa de venganza por la derrota de la Guerra de los Siete Años comenzaron a cristalizar, y pronto se firmaría un tratado de alianza militar que llevaría a la guerra con Inglaterra en marzo de 1.778, a la que se unirían posteriormente España y los Países Bajos. Poco después, las primeras unidades militares, más simbólicas que otra cosa, pero de gran efecto para la moral de los independentistas, llegaron al continente, aumentando en número a medida que avanzaban los meses. Norteamérica dejaba de estar sola en su largo camino de búsqueda hacia la libertad.

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Rendición del General Burgoyne tras la batalla.

nente, aumentando en número a medida que avanzaban los meses. Norteamérica

miércoles, 28 de enero de 2009

La Batalla de Medellin (El sitio a Badajoz)

La Batalla de Medellín


Carga del 2º de Husares en Medellin.

Relevado del mando del ejército de Extremadura el General Galluzo, que se había retirado a Zalamea, por D. Gregorio de la Cuesta, avanzó este hasta Almaraz, de
La batalla de Medellín fue librada el 28 de marzo de 1809, durante la guerra de la Independencia española, entre tropas españolas mandadas por el general Cuesta, y francesas, dirigidas por el Mariscal Claude Victor. Tuvo lugar en los alrededores de Medellín, Badajoz y fue una victoria francesa. Las pérdidas españolas fueron más de 10.000 vidas y 20 piezas de artillería y las francesas casi 4.000 soldados.

Relevado del mando del ejército de Extremadura el general Galluzo donde desalojó el 29 de enero a los franceses [en el ataque del puente, la artillería ligera consiguió ocupar, por un largo y penoso rodeo, unas alturas que lo dominan, desde cuyo punto apagó los fuegos de los cañones enemigos que defendían el paso, causando además graves pérdidas a los franceses].

El I cuerpo enemigo, compuesto de las tres divisiones de infantería de los generales Ruffin, Villatte y Lewal, o sea unos 14.500 hombres y además 4.200 caballos y 48 piezas de artillería, al mando del mariscal Victor, fue enviado por el rey José sobre Extremadura contra el ejército de Cuesta, con la orden de avanzar hasta Mérida por el camino de Toledo a Talavera de la Reina.Cuesta cortó el soberbio puente de Almaraz el 14 de marzo en el momento en que iba a atacarlo el enemigo, situándose la división de vanguardia, al mando del general D. Juan de Henestrosa, frente a dicha villa; la 1ª división, a las órdenes del duque del Parque, en Mesas de Ibor; la 2ª, a las del general
Francisco de Trías, en Fresnedoso, y él se estableció en la posición central de Deleitosa con la 3ª, a cargo del marqués de Portago; componían todas las fuerzas al mando de Cuesta unos 14 ó 15.000 hombres, con 2.000 caballos y 30 piezas de artillería. El 15 cruzaron el Tajo por el puente de Talavera los generales Lewal y Lassalle, y corriéndose por la orilla izquierda protegieron el paso del mariscal Victor con la división Villatte por el puente del Arzobispo, apoyada de cerca por el general Ruffin, y el duque del Parque fue atacado por fuerzas superiores, teniendo que abandonar el 18 sus posiciones después de un obstinado y sangriento combate,
Victor-Claude Perrin "Victor", duque de Bellune, mariscal y par de Francia. (Grabado anónimo francés; R&D nº 14: 67)


















Mariscal Victor.

retirándose a Deleitosa, no sin disputar el terreno palmo a palmo. Entonces el general Cuesta ordenó la retirada general, que hubo de efectuar apresuradamente, si bien se llevó a cabo con mucho orden , por Trujillo, puerto de Santa Cruz, Miajadas.
[ la caballería de Lasalle iba picando constantemente la retaguardia española que mandaba el general Henestrosa, el cual consiguió escarmentar varias veces a sus perseguidores. El día 20 lanzó algunos escuadrones sobre el enemigo, pasado el desfiladero del Berrocal, y le causó más de 100 bajas; el 21, cerca de Miajadas, al descender del Puerto de Santa Cruz, habiendo observado que un regimiento de cazadores (el 10º) extremaba la persecución, hizo volver caras a los regimientos del Infante y dragones de Almansa, los cuales cargaron por un flanco, con tanto denuedo, a los escuadrones enemigos, que los acuchillaron y pusieron en fuga, causándoles en menos de diez minutos más de 150 bajas, con muy pocas pérdidas de su parte. Murió gloriosamente en dicha carga el alférez de Almansa D. Antonio Baeza.]
y Medellín, hasta Villanueva de la Serena, en cuyo punto se incorporó el 27 la división del duque de Alburquerque, procedente del ejército de la Mancha. Con este refuerzo, que no llegaba a 4.400 hombres, creyó ya Cuesta oportuno aprovechar el fraccionamiento de las tropas de Victor en Mérida y Medellín, y en la mañana del 28 avanzó sobre esta villa resuelto a presentar batalla al enemigo.

Despliegue de los ejércitos antes de la batalla. (En R&D nº 14: 82)
















Despliegue de las tropas españolas y francesas antes de la batalla,

El ejército español desplegó en línea formando una media luna de una legua de largo, por delante de Don Benito, desde la orilla del Guadiana hasta Mengabril, ocupando la izquierda la división de vanguardia y la primera; la segunda, el centro, y la tercera, con la del duque de Alburquerque, la derecha, bajo el mando del teniente general D. Francisco Eguía. El general en jefe se situó a la izquierda con la mayor parte de la caballería. Línea tan extensa resultó débil en extremo y más no teniendo a retaguardia reserva alguna. A las once de la mañana del 28, los franceses, ya concentrados, se presentaron frente a la línea española, pasando el Guadiana por el puente de Medellín. Por espacio de algunas horas pelearon los españoles con intrepidez, sosteniendo admirablemente la acción, hasta el punto de hacer perder terreno al enemigo, obligándole a formar los cuadros y en masas compactas, con las que causó gran estrago la artillería; y nuestros soldados, confiando ya en la victoria, amenazaban a los franceses con no dar cuartel, asegurando que los campos de Medellín serían sepulcro de todos ellos; más un incidente inesperado, trocó en un momento el probable triunfo en la derrota más espantosa.

Plano de moviento de tropas durante la batalla, de origen francés. (R&D nº 14: 105)

Mapa francés donde se detallan los movimientos principales de tropas durante la batalla.

Próxima ya el ala izquierda a asaltar una batería enemiga de diez piezas, amagaron una carga sobre ella los dragones de Latour-Maubourg; salieron a contenerlos los regimientos de caballería de Almansa y del Infante y dos escuadrones de Cazadores
imperiales de Toledo; mas volviendo de pronto grupas, se declararon en fuga desordenada. En vano el coronel de Jaén D. José de Zayas, que marchaba ya sobre la batería enemiga al frente de una columna de granaderos, apostrofa duramente a los fugitivos, tratando de contenerlos; en vano vuela a su encuentro el anciano general Cuesta para remediar tamaño desorden; todo es inútil; nuestros jinetes, turbados y ciegos por el pánico que les dominaba, arrollan a la infantería y al cuartel general atropellando al mismo Cuesta, que cayó derribado en tierra, pudiendo a duras penas volver a montar a caballo y salvarse; y los mismos que siete días antes se cubrían de gloria en Miajadas, huyen ahora descompuestos y embargados por el terror dejando abandonados a sus compañeros de armas al furor del enemigo, cuya caballería rompió pronto nuestra izquAtaque de los granaderos de Zayas sobre la batería francesa en Medellín. (Grisalla de Tomás Serra, 1945; R&D nº 14: 89)ierda dispersándola completamente; el centro fue a su vez arrollado, quedando en el campo mortalmente herido el general Trías, y a la derecha, en la que se sostuvo algún tiempo el valeroso Alburquerque, se vio a su vez envuelta en la derrota general. Los dragones franceses, que se distinguían siempre por su ferocidad, vengaron con cruel saña a sus compañeros del 10º de húsares acuchillados en Miajadas, secundándolos en su obra de exterminio los demás cuerpos de caballería, que se cebaron en las bandadas de fugitivos que se veían por todas partes, y la infantería venía detrás rematando despiadadamente a bayonetazos a los heridos, recordando las amenazas de los españoles de no dar cuartel.

La matanza fue horrorosa, las pérdidas se elevaron a más de 10.000 hombres entre muertos, heridos y prisioneros, no llegando el número de éstos a 2.000 [contáronse entre los muertos el coronel de Cádiz D. Juan de Villalva y
Angulo; el capitán D. Antonio Abaurre, que herido por una bala de cañón al principio del combate, murió a las pocas horas en Don Benito, y los oficiales de artillería capitán D. Francisco Rivespino y teniente D. Luis Mazuela.]; los franceses experimentaron unas 4.000 bajas, según un historiador de su nación, en las cinco horas que duró el combate. Los restos del ejército vencido se concentraron en Monasterio para cubrir el paso a Sevilla, asiento del gobierno supremo de la nación.
Los cuerpos que tan vergonzosamente habían huido fueron castigados por el severo general Cuesta, deponiendo de su empleo al coronel del Infante D. Joaquín Astrandi y a otros jefes y suspendiendo a los individuos de tropa del uso de una pistola. Esta arma les fue devuelta por orden de de Cuesta de 11 de agosto del mismo año en Mesas de Ibor, después que volvieron por su honor, peleando valerosamente en la vanguardia, a que fueron destinados [dice el conde de Clonard que al final de la batalla se batió el regimiento de Almansa con heroísmo, sosteniendo la retirada de la infantería, por lo cual se le concedió el escudo de distinción, y que dicho cuerpo no usaba pistola. En la orden del general Cuesta devolviendo el uso de dicha arma a los cuerpos a quien se les había recogido, se incluye, sin embargo a los dragones de Almansa.].

Fotografía aérea de Medellín y D. Benito. (Primeros años de los '70)

Vista general del espacio donde se desarrolló la batalla de Medellín, enmarcado por Don Benito, Mengabril y Medellín.




La Batalla de Kulikovo (la Batalla que salvo a Europa de los Mongoles)

Batalla de Kulikovo

Archivo:Yvon kremlin.jpg
Batalla de Kulikovo. Lienzo en el Gran Palacio del Kremlin, pintado por Adolphe Yvon.

La Batalla de Kulikovo (en ruso Куликовская битва) tuvo lugar entre los tártaros y los mongoles de la Horda de Oro contra los rusos. Sucedió el 8 de setiembre de 1380 en la llanura de Kulikovo, próxima al río Don (perteneciente ahora al oblast de Tula) y terminó con la victoria rusa. En el lugar de la batalla se erigió una iglesia memorial, construida según el diseño de Aleksy Shchúsev. En la batalla, unos 50.000 rusos al mando del gran príncipe de Moscu, Demetrio, vencieron a 50.000 a 100.000 tartaros y mongoles al mando del Mamai, tras su derrota los tartaros, bajo el mando del siguiente kan Toqtá, saquearon Moscú y mataron a 40.000 rusos.

La mayoría de los grandes imperios mundiales ha nacido a partir de sangrientas luchas para liberarse de tiránicos opresores, el caso más brutal y quizá un poco desconocido es el del imperio ruso. Hacia el año 1225 el mítico jefe mongol Gengis Khan invadió los distintos reinos rusos que tenían como capital a Kiev y los doblegó por completo, la desunión de esos años iba a costarles casi un siglo de esclavitud sirviendo al peor de los dictadores: un Khan mongol. Los territorios rusos conquistados pasaron a llamarse estado de "La Horda de Oro", y fueron gobernados por mongoles, dicho sea con mano tan dura que impidió cualquier aparición de un líder que unifique a los oprimidos y los conduzca a una guerra de independencia. En ese tiempo un reino al norte aislado geográficamente llamado Novgorod había creado un gobierno semi-exitoso que se dio el gran gusto de formar un ejército y bajo el mando de Alexander Nevski derrotar a una cruzada noruega-sueca en su contra. El triunfo fue muy celebrado entre el pueblo ruso, en aquellos tiempos aburrido de que los mongoles se lleven a sus jóvenes mas sanos para pelar en un ejército donde servían de carne de cañón y además las jóvenes más bellas pasen directamente a engrosar el harén del déspota de turno. Empieza entonces un movimiento político e intelectual para preparar un sentimiento nacionalista que le de a la nación un líder capaz de suceder a Nevski, la piedra angular de este plan fue potenciar la ciudad de Moscú para convertirla en un nuevo centro urbano (capital) que permita servirle de albergue a miles de campesinos y burgueses cansados de los continuas rapiñas de los saqueadores de las estepas de los que no los libraba la exigua "protección" que les brindaba el Khan. Este resurgimiento moscovita sucedió en las narices de los khanes, que faltos de una visión más futurista dejaron crecer este cáncer en el corazón de su imperio, para cuando se pondrían en acción ya sería demasiado tarde.

Retrato de Dmitri Donskoi

Luego del éxito de Nevski pasaría un largo tiempo sin que nadie pudiera recoger su legado, hasta que un descendiente lejano llamando Dimitri Ivanovich asumió el principado moscovita y sintió que era el momento decisivo para librarse de los khanes. A principios del año 1380 empezó una serie de visitas a los principados vecinos: Susmalia, Rostov, Bielozersk y Pskov entre otros para convencer a los gobernantes de entregarle tropas para vencer a La Horda de Oro en batalla abierta, pese a que muchos le recomendaban iniciar una táctica de guerrillas, finalmente la vehemencia y promesas de Dimitri convencieron a todos y el príncipe comenzaba a convertir su sueño en realidad. De inmediato se rehusó a pagarle tributos a sus opresores y desafió al Khan reinante Mamai con afrentas diplomáticas, el perezoso Khan no estaba muy dispuesto a pelear pero si su corte guerrera que inició una "recolección" de recursos y guerreros por todos los confines del imperio. Por esas épocas existía una alianza comercial entre los mongoles y algunas ciudades italianas como Génova o Venecia, embajadores del Khan llegaron a Génova pidiendo refuerzos para una gran incursión contra los rusos prometiéndoles oro y tierras, una fuerza de infantería de 5.000 soldados se dirigió a las estepas para apoyar la expedición de castigo. Dentro del imperio de La Horda de Oro se realizaba una gran leva que permitiera reunir el más grande ejército visto jamás en las estepas, y el objetivo fue cumplido con creces 200.000 soldados mongoles estaban listos para partir contra los insolentes rusos. En esta campaña el cuerpo principal mongol lo componían 50.000 jinetes y 40.000 jinetes arqueros, además de una fuerza de infantería de 40.000 soldados bien armados, los restantes eran cuerpos de choque (esclavos) que no cumplirían alguna función más que la de desgastar al enemigo. Los reinos rusos iniciaban aceleradamente mientras los preparativos para reunir su ejército, se decidió prescindir de cuerpos mercenarios por su dudosa lealtad y se preparaban en la herrerías las armaduras que soportarían las cargas de arqueros montados que tantos estragos le habían causado durante la campaña de Gengis Khan

En la preparación de las fuerzas rusas tomaba activa participación San Sergio quien al más puro estilo de las cruzadas otorgaba el perdón eclesiástico a quien quisiera unirse al gran ejército de liberación. Unos días antes de la batalla ya se podía decir que se existían 150.000 efectivos para luchar contra la invasión inminente. Dimitri estaba muy preocupado de formar un cuerpo compacto de caballería que conjugara el armamento pesado con la rapidez necesaria en los combates. Así en medio de esta carrera armamentista se ponen en marcha ambos ejércitos en el otoño de 1380 momento en que deben combatir antes de que el invierno no permita el avance de grandes masas por las estepas.

MOMENTOS PREVIOS A LA BATALLA.

Los rusos tenían para aquellos tiempos unas divisiones semejantes a los regimientos actuales, que pelearían ya con cierta identificación por su patria y generales a su mando. Estaban divididos en tres facciones: en la vanguardia marchaban los soldados de la guarnición de Moscú, seguidos por las divisiones aportadas por los príncipes aliados y un cuerpo de elite de caballería. Se temía un poco a la superioridad numérica y a la ferocidad de los arqueros mongoles, ya que los rusos no llevaban grandes divisiones de los mismos y apenas contaban unos 2.000 dentro su ejército en total. Los generales rusos sospechaban de la batalla de desgaste que solían dar los mongoles con cargas de esclavos y arqueros a caballos para debilitar las formaciones y realizar una carga completa que desbarataba cualquier orden por firme que estuviera este en una batalla. Ante el plan mongol decidieron oponer una batalla defensiva que les permitiera lanzar el asalto decisivo cuando las condiciones este a su favor, entonces San Sergio dirigiéndose al imponente príncipe Dimitri portando el estandarte de una nación que estaba a punto de nacer le bendecía diciendo que entregaba la suerte de los rusos a la voluntad de Dios par que los favorezca en esta batalla.

Los mongoles se dirigían hacia Moscú para sitiar la ciudad, objetivo que desviaron para enfrentar esta fuerza que tenían delante a la otra orilla del río Don, extrañamente aún sentía Mamai que no tenía suficientes soldados y quería dirigirse hacia el río Oka a conseguir el aporte de unos príncipes rusos traidores que llegaban con 10.000 soldados a unírsele desde el norte. No existen antecedentes muy claros al respecto pero finalmente según se estimó logró reunir 230.000 soldados el día de la batalla, y dirigiéndose a los generales les comunicó el plan que los rusos ya habían previsto: lucha de desgaste para luego lanzar el grueso de sus tropas contra el centro enemigo, nuevamente vemos la gran capacidad de sobrestimar a su rival que le llevaba años en cuanto a la preparación para esta batalla.

LA BATALLA.

El día de la batalla ambos ejércitos se colocaron frente a frente en una extensa llanura al lado del río Don llamado Kulikovo (campo de las becadas) que sería testigo de un gran baño de sangre. En el lado ruso se había dispuesto una gran estructura defensiva: en el medio el contingente moscovita y en los flancos los soldados proporcionados por los príncipes rusos. En el flanco derecho una fuerza de 20.000 jinetes oculta en un bosque componía la reserva que solo actuaría ante una orden directa de Dimitri. Por el lado mongol se dispuso la misma estructura rusa, con genoveses en el centro y en los flancos la caballería ligera, arqueros y caballería de choque, amén de una gran reserva de 20.000 infantes tras la línea central. A las 11:00 a.m. empieza la batalla con una carga frontal de 16.000 esclavos contra el centro de los rusos, tras de esta carga venían 4.000 jinetes arqueros con órdenes de descargar una tormenta de flechas sobre el objetivo (el centro) y dar media vuelta hacia sus líneas. El ataque se saldó con seria bajas para ambos ejércitos, cayendo muchos estandartes rusos que rápidamente los soldados levantaban y defendían como sin ello se les fuera la vida. Mamai decidió lanzar una nueva carga de 5.000 hombres esta vez ayudado por la maciza infantería genovesa que formaban un total de 10.000, además una nueva oleada de arqueros empezó a avanzar. La siguiente carga dejó a Dimitri un poco inquieto no por el daño causado sino por el evidente cansancio por las continuas cargas enemigas, estas daban una feroz lucha contra los genoveses que se adentraban en lo más profundo de la filas rusas de la izquierda. Sus generales comenzaban a presionarlo para que envíe a la reserva, pero Dimitri jugándose el destino de la nación en su criterio se negó. A las 2:00 p.m. vino una gran carga de caballería que hizo retroceder al flanco izquierdo ruso y lo desintegró completamente, en ese complicado momento los muertos rusos ya se contaban por miles y la maniobra envolvente de los jinetes tártaros (mongoles) tenía al centro ruso en un sofocón.

La iglesia de la memoria a los heroes de la Batalla en el campo Kulikovo
La Iglesia en Memoria de los Heroes de la Batalla de Kulikovo

Mamai embriagado por su éxito no creyó necesario controlar a sus tropas y estas desordenadamente se arrojaron sobre lo que quedaba de la izquierda rusa para desbaratarla completamente. Dimitri comprendiendo que era la única oportunidad que tendría lanzó una carga completa de 20.000 jinetes sobre la desordenada incursión tártara y en unos 30 minutos había liquidado a 30.000 soldados de infantería y cargaba sobre lo que quedaba de infantería: la salida de la reserva era la señal para que cada ruso se lance al ataque sobre las posiciones tártaras, Mamai estaba completamente furibundo por esta tropa de caballería que el no había sido capaz de divisar porque estaba muy oculta en el bosque. La batalla entonces se generalizó y se pelearía aún por ¡2 horas más!, increíbles pérdidas de hombres hicieron finalmente retroceder al Khan Mamai dejando a sus hombres a su suerte escapó al amparo de su guardia personal. Dimitri quería capturar a Mamai y ajusticiarlo para sentar un precedente a su sucesor y asimismo evitar que reorganice un nuevo ejército en su contra, no corrió con tanta suerte y debió conformarse con infringirle a su enemigo casi 130.000 bajas, que sumadas a las propias hicieron que más de 200.000 hombres vieran por última vez la luz del sol ese 8 de septiembre de 1380.

El penoso levantamiento de cuerpos de los rusos duró 7 días, que actualmente se celebran con fiestas para honrar a aquellos valientes que nunca regresaron de una victoria que refleja casi como ninguna otra la dura vida en esos territorios donde la sangre derramada sería un hecho común incluso hasta el pasado siglo XX.

CONSECUENCIAS.

De inmediato los rusos se declararon fuera de la autoridad de los khanes y cesaron los pagos de tributos hacia La Horda de Oro, siendo castigada además la autoridad mongola con un invasor que se convertiría en señor de toda Asia mientras duraron sus años de conquista: Tamerlán, el cojo. El reino ruso luego de esta batalla pasó por varios gobiernos excesivamente autoritarios (Iván El Terrible) que reflejaron la influencia dictatorial de los khanes asiáticos y solo después de la caída de Constantinopla que con su largo éxodo de intelectuales y personajes criados bajo el esplendor de la cultura greco-romana traspasaron su legado artístico a un país que los acogió completamente, dicha sea también a la aceptación de la fe ortodoxa que el gobierno ruso se encargo de perpetuar con arquitectura y teología relacionado declarando más tarde un monarca que Moscú era "La Tercera Roma", después de Constantinopla.

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Dmitri Donskoi al vencer a Mamai, detalle del Monumento del Milenio (1862).

A pesar de que se extirpó la influencia de los khanes y sus brutales políticas de dictadura, este estilo de gobierno no pudo nunca ser eliminado completamente y gobernantes de épocas actuales como Stalin harían sentir al pueblo lo mas crudo de la represión convirtiéndose en un moderno Mongol de los cuales muchos rusos como él descienden.

martes, 27 de enero de 2009

Gilles de Rais (Barba Azul)

Gilles de Rais



Gilles de Montmorency-Laval, baron de Rais, llamado Gilles de Rais (o Gilles de Retz) (10 de septiembre de 1404 - 26 de octubre de 1440), fue un noble francés del siglo XV que luchó en los años finales de la Guerra de los Cien Años junto a Juana de Arco, a la que siguió y en la que creyó siempre. En esta guerra logró convertirse en mariscal de Francia y amasó una gran fortuna. La buena fama que tuvo en su época de grandioso combatiente contra los ingleses se vio truncada por las atrocidades que cometió cuando se retiró de sus labores militares, después de la muerte de Juana y la caída en desgracia del hombre que lo llevó a la cumbre, George de La Tremoille. Es posible que las acciones escabrosas que realizó tengan que ver con una mentalidad psicópata originada en su infancia. Asesinó a centenares de niños junto a una corte macabra, que le hacía compañía en su castillo, formada por brujos, alquimistas, videntes, adoradores del diablo, etc. Ha sido considerado uno de los aristócratas asesinos (segunda fortuna de Francia) que utilizaban su poder para cometer fechorías, como en el caso de Erzsébet Báthory. Fue un hombre que actuó siempre por impulsos, que cometió numerosos crímenes que contrastaban con una exacerbada fe y creencia en la religión cristiana, siguiendo la frase de San Agustín "Felix culpa!" ("Dichosa culpa"), y su anhelado deseo del perdón de Dios. Georges Bataille lo calificó de "niño con poder" o de poseer una "monstruosidad esencialmente infantil" y un carácter "arcaico".

En los juicios que se le practicaron expresó que actuaba según la naturaleza impuesta por los astros y que no la podía controlar. Según estudios psicológicos pudo sufrir una gravísima esquizofrenia.

Infancia y juventud

Nació en 1404 en el castillo de Champtocé (en su torre negra), bañado por el río Loira en la región de Bretaña. Fue el primogénito de uno de los grandes linajes de Francia, Guy II de Laval quien se casó con Marie de Craon, la madre de Gilles. Tuvo un hermano, René de Susset, nacido en 1407, con el cual estuvo muy unido en su infancia. Los padres encomendaron la educación de los pequeños a varios tutores eclesiásticos y nodrizas, despreocupándose de ellos. Estos tutores los abandonaron por la ya incipiente conducta desmesuradamente sádica y cruel de Gilles.

Un hecho terrible marcó a Gilles cuando tan solo tenía 9 años; su padre Guy fue atacado por un verraco moribundo mientras cazaba con otros nobles una mañana de febrero de 1414. Resultó que llegó a herir al animal pero este en su último estertor le dio una enorme embestida que consiguió incrustar los colmillos en su estómago. Guy fue llevado a su casa, en donde nada pudieron hacer por él. El pequeño Gilles vio como agonizaba su padre desangrándose lentamente, mientras sus visceras se esparcían por su lecho. Esta sangrienta visión la tuvo presente durante toda su vida y la repetiría con muchas de sus víctimas en el futuro, cuando les rajaba el estómago y se quedaba ensimismado con el espectáculo de sangre y entrañas.

Poco después de este hecho su madre Marie también murió y Gilles y su hermano quedaron bajo a la tutela del abuelo materno, Jean de Craon. Este hombre inculcó a los dos hermanos el narcisismo, la soberbia, el poder, el orgullo, con los que Gilles fue desarrollando su personalidad. Al principio Jean no prestó mucha estimación a Gilles y le dedicó más tiempo a su hermano. Entonces Gilles se fue refugiando en las bibliotecas de la casa Craon, en donde encontró a sus alter ego y héroes en el libro de La vida de los doce Césares de Suetonio. Libro que marcó profundamente el sentir de Gilles. En este recopilatorio de cómo fueron las vidas y hazañas de Julio César y los primeros emperadores romanos, Gilles vio que todos ellos ostentaron riqueza y poder y se dedicaban a los mayores placeres de la vida además de cómo impartían poder sin verse obligados a dar explicaciones. Tomó buena nota de todos los césares y de sus personalidades para después repetir esos perfiles a lo largo de su poderosa vida de noble. Sus emperadores favoritos fueron siempre Nerón, Tiberio y Calígula, personajes claramente desequilibrados. Según dijo el propio Gilles en los juicios que lo acusaron de sus crímenes, en su infancia y adolescencia no tuvo ningún gobierno de su abuelo e hizo siempre todo lo que quiso moviéndose por impulsos violentos la mayoría de veces.

A los 14 años su abuelo le regaló una gran armadura milanesa y fue proclamado caballero. Manejó pronto la espada y también fue temprano en aburrirse al practicar sólo con peleles (muñecos construidos precisamente para la práctica) y empezar a relucir toda su agresividad hacia todo ser viviente. Primero animales, pero luego con seres humanos, como fue el caso de su compañero y amigo de la infancia, Antoin. Un día propuso un duelo entre ellos con machetes, que al principio fue inofensivo, pero que luego a Gilles se le escapó de las manos y asestó con su machete en el cuello de Antoin. Gilles no ayudó a su compañero mientra éste se desangraba en el suelo y se quedó disfrutando de la visión del brotamiento de la sangre. Fue su primer asesinato, a los 15 años. Quedó sin condena debido a su condición de noble y la intermediación de su abuelo Craon. La familia de Antoin de origen humilde aceptó la exigua indemnización que se les ofreció y así todo quedó zanjado. Otros hechos criminales de su adolescencia fueron alguna que otra perversión sexual.

Su abuelo era un hombre sin escrúpulos con tal de engrandeceer su fortuna y poder; era calculador y astuto, todo lo contrario que lo que ya demostraba su nieto, que aunque también sin escrúpulos, siempre actuaba sin ninguna reflexión y era un inútil en materia de política y obtención de poder y riquezas. Un hecho marca la personalidad de abuelo y nieto; fue el del acto de extorsión mediante rapto de una gran dama a la que sus tres hermanos quisieron rescatar y que fueron encarcelados por Craon, mueriendo de hambre uno de ellos.

Acciones militares


Escudo de armas de Gilles de Rais

Su enorme agresividad y psicopatía le llevó a alistarse en el ejército para desahogarse con los enemigos a los que se enfrentaba. Su abuelo Craon quería que llegase a la cumbre del poder francés y para ello le recomendó a Guillaime La Jumelliers como consejero en política, estrategias militares y finanzas. Se puso a las órdenes de Juan V, duque de Bretaña en las querellas residuales de la Guerra de Sucesión Bretona, entre los Montforts y los Penthièvres. Luchó siempre en la vanguardia con sus soldados (tropas pagadas por él), y sus compañeros de armas lo admiraban porque parecía poseído cuando luchaba dando mandobles, con una rapidez y fuerza increíbles, pareciendo que eran los demonios quienes regían sus movimientos.

Después de esta campaña, y de vuelta a casa, raptó a su prima Catherine de Thouarscon de 15 años de edad, que pertenecía a una casa nobiliaria bretona. Se casó con ella el 24 de abril de 1422, el mismo día del rapto de forma clandestina. Tenía 17 años. Los Thouars poseían varios castillos que, juntos con los de Rais-Laval, harían de la unión la más rica y potente de Francia. Pero la familia de Catalina o Catherine no aprobó el casamiento y rechazó unir las propiedades. Gilles de Rais hizo raptar entonces a la madre de Catalina y la encerró en un castillo a pan y agua hasta que le cedió los castillos de Pauzauges y Tiffauges. Tardaron en procrear a su única hija, Marie, siete años después de su matrimonio (en 1429). Tardaron tanto en tener un hijo debido a las tendencias homosexuales de Gilles que se desinteresó por su esposa al poco de casarse. Ésta lo abandonó junto a su hija para refugiarse en una de las propiedades de su padre. Gilles nunca mostró mayor interés en ambas.

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Retrato de Gilles de Rais

Poco después de la campañas con Juan V, Gilles rindió tributo al que en esos momentos era el Delfín de Francia, Carlos VII, para combatir contra los ingleses y sus aliados de Borgoña. Lo reclutó el gran chambelán del rey, Georges La Tremoille. Este hombre hábil y astuto sabía ya de la valiente capacidad combativa y guerrera de Gilles, que arrastraba a los soldados hacia adelante en las batallas, lo que le serviría al chambelán para mantenerse en el poder mediante los éxitos militares. En esta época para los nobles la guerra era un juego y gente como Gilles y La Tremoille disfrutaban grandemente. En 1429 conocería a Juana de Arco, quedándose fascinado por lo que revelaban las voces que ella escuchaba, y dicen que también quedo maravillado por su belleza.

El Delfín Carlos entregó un pequeño ejército a Gilles y a Juana para liberar Orleans del asedio inglés. Junto a ellos estaban otros generales como el Bastard de Órleans (Conde de Dunois), el Duque de Alençon y La Hire. En sólo 8 días las fuerzas francesas lograron levantar un sitio que duraba ya varios meses. Entraron triunfales en la ciudad y todo el mundo los veían como los salvadores de Francia. Poco después contribuyó en las victoria francesas en la Batalla de Jargeau y en la Batalla de Patay. Su audacia y violencia en combate era comparable a la de los berseker. Gilles llegó a decir durante las campañas con Juana que ella era Dios y que si debía de matar ingleses por mandato de Dios, así lo haría. Se convirtió en su escolta y protector salvándola en varias ocasiones en los fragores de las batallas, como en el ataque a París a finales de 1429. Pese a la matanzas y crueldades de la guerra Gilles se sentía desarrollado espiritualmente, ya que se estaba inspirado por Juana y había dado un gran servicio a su país. Además en este mismo año de 1429 fue proclamado mariscal de Francia con tan sólo 25 años (caso único en la historia francesa), amansando una inmensa fortuna, y adoptó la flor de lis en su escudo de armas, mientras Carlos VII fue proclamado rey el 17 de julio en la Catedral de Reims.

Mientras disfrutaba de su mando de mariscal de Francia, ocurrió otro hecho que le marcaría: la captura y condena a muerte en la hoguera de Juana de Arco el 31 de mayo de 1431. Pese a que intentó ayudarla contratando un pequeño ejército de mercenarios, aún no se sabe que pasó para que no llegara a tiempo, ya que tan sólo se encontraba a 25 km. de Ruán, localidad dónde se llevó a cabo el juicio. Acusó publicamente a Carlos VII de esta muerte y llegó a llorar amargamente ante las cenizas de Juana y sintió que todo había acabado, que la vida sin ella no tenía ya sentido, que no había pureza en la guerra que se estaba librando. Su última acción en la Guerra de los Cien Años fue en la batalla de Lagny en agosto de 1432, saliendo victorioso.

Se retiró de la vida militar a la caída en desgracia de su protector el chambelán La Tremoille en 1434 después de la campaña de amparo al duque de Bourbon contra el duque de Borgoña que sitiaba la ciudad de Grancey. Después de este hecho Gilles perdió su condición de mariscal y se refugió en sus posesiones de la Bretaña francesa (concretamente al castillo de Tiffauges, ubicado en la Vendée) en donde se convirtió en todo un demonio y sus instintos más perversos afloraron. Entre la muerte de Juana y la falta de acciones violentas en guerra que tanto necesitaba, se desequilibró más aún la mente enfermiza del mariscal, ya que se había acostumbrado a las campañas, los ataques alocados contra los ingleses, la sangre y a los muertos por doquier. Esta vorágine de sangre se impulsó con la muerte de su abuelo Craon en noviembre de 1432, dejándolo con plena libertad de acción y dinero.

Su negra barba de azulados reflejos hizo que se le llamara Barba Azul. Era culto, aunque no reflexivo, ávido de riquezas pero más despilfarrador. Desde este momento se entrega a los más locos dispendios para satisfacer sus más caros caprichos. No se recuerda príncipe o rey que hubiese llevado un lujo semejante. Este hombre tenía pasión por todas las artes, especialmente por la música. Se exacerbaba con los cantos gregorianos llegando al éxtasis. Si oía decir que se había escuchado una hermosa voz, no descansaba hasta conseguir llevar a su servicio a quien la poseía, por muy lejos que estuviera, como los cantores contratados en Poitiers, André Buchet, de Vannes y Jean de Rossingol, de La Rochelle, a quienes pervirtió haciéndoles partícipes de sus orgías y crímenes. Poseía muchos pares de órganos, de todos los tamaños. El sonido de este instrumento le producía tal enajenación, que se los hizo construir portátiles para que le acompañaran en sus menores traslados. Consiguió en su exaltación religiosa, que fuera designado canónigo de Saint-Hilaire-de-Poitiers y se rodeó de una comitiva de 50 eclesiásticos junto con 200 soldados de caballería cuya sede se encontraba en la capilla de los Saints-Innocents, en Machecoul.

Por otra parte, todo el que acudía a él participaba de su generosidad; el extranjero era bien recibido, cualquiera que fuese su condición, a cualquier hora del día o de la noche; tenía hospitalaria mesa, y era raro que abandonase esa mansión sin salir colmado de dones en especies o en metálico. Gastaba dinero en ostentación para recuperar el prestigio perdido. Realizaba grandes banquetes que recordaban al relato de Edgar Allan Poe La máscara de la Muerte Roja. Gastó la mayoría de su fortuna en obras teatrales que recordaban sus campañas con Juana y en fiestas para sus extraños amigos y consejeros. Especialmente significativa fue la representación de la batalla del Orleans en mayo de 1435. Esta representación teatral contaba con más de 150 actores, trajes lujosamente detallados, infantaría dispuesta con auténticas armaduras y cuadros que simulaban multitudes. La entrada a este espectáculo era gratuita, e incluso agasajaba a los asistentes con comida y vinos. La representación costó unas 80.000 coronas de la época. Gracias a la representación de la batalla de Orleans Gilles rememoró sus días de gloria. Además mandó a construir autómatas sobre distintos tipos de pájaros, algo que le hizo menguar su fortuna, pero que levantó gran expectación entre las personas que le frecuentaban.

El castillo de Tiffauges en la actualidad

Para procurar el dinero, que le había llegado a ser cada vez más necesario, ¡a cuántos recursos tendría que apelar, a cuántos ruinosos contratos habría de someterse! Aposentadores, burgueses y mercaderes son puestos a contribución, y le adelantan a un interés usurario las sumas que, por una generosidad imperiosa, se funden entre los dedos y se hunden en un abismo sin fondo. En 1437 vendió Ingrandes y Champtocé a Juan V de Bretaña por escasos 100.000 escudos. Gilles se aproxima al momento en que se anuncia, amenazadora, la ruina inevitable. Sus cofres están vacíos; su crédito, agotado; los que le rodean en las horas dichosas, presintiendo el desastre, se alejan de él. Ante esta situación se vuelve hacia el esoterismo buscando en la alquimia el modo de fabricar el oro que le falta (se interesó por el secreto de la Piedra filosofal). Se rodeó de una corte grotesca de brujas, nigromantes, alquimistas, entre los que se encontraban Guillaume de Sillé, Roger de Brinqueville, Antonio de Palerno, Heriet, Poitou, Corrillaut, ... Finalmente, cae en manos de un embaucador florentino llamado Prelati quien le asegura que llenará sus arcas gracias a la magia negra.

El mariscal visita con frecuencia a su cómplice, se informa con ansiedad del resultado de las investigaciones. Prelati asegura a su señor que, en una de sus invocaciones, ha visto cerca de él al demonio, pero que esta aparición fantástica se desvaneció sin que hubiera podido pronunciar palabra alguna. El crédulo mariscal tenía un pánico atroz al diablo aunque nunca lo veía, hizo caso de Prelatti, con quien tenía una relación homosexual, y mandó que se redoblasen los ensalmos y las conjuras. En otras ocasiones Prelatti salía herido después de una de sus invocaciones, que siempre se relizaban en un cuarto escondido, causando en Gilles más pánico. Sillé fue el proveedor de todos los elementos para las invocaciones en Tiffauges y el padre Eustache Blanchet el de contratar a los invocadores como Prelatti o La Riviére (el cual vio al demonio en una invocación en un bosque en forma de leopardo, ante la credulidad de Gilles) o alquimistas como Jean Petit, el cual realizó varios hornos para trabajar con mercurio. Sin embargo los hornos creados deben ser destruidos ya que el futuro Luis XI, el delfín, visita a Gilles por una orden del rey Carlos V que condenaba la alquimia como herejía. Es imposible que el mariscal salga bien de sus empresas -ha dicho uno de los familiares de Gilles de Rais- si no ofrece al demonio la sangre y los miembros de niños llevados a la muerte. Porque su lectura habitual la constituyen los más ardientes poemas de Ovidio y el relato que hace Suetonio de los criminales sacrificios que exige el rey del Infierno. ¿Qué le importa el sacrificio de vidas humanas si adquiere a ese precio el poderío que codicia? A esto se unía además de su voluntad de matar a niños para su disfrute y placer personal.

En su afán por procurarse víctimas para sus sacrificios, servidores de Gilles de Rais como Henriet y Poitou recorrían los pueblos y las aldeas buscando niños y adolescentes prometiéndoles que les harían pajes en los castillos del señor de Rais. Siempre en lugares lejanos; incluso en algunas el propio Gilles con amabilidad acudía a casas de los plebeyos para asegurar a los parientes de los niños un prometedor futuro. De las víctimas los padres no tenían más noticias y si preguntaban les respondían que estaban bien. Pronto la gente se alarmó, y de Rais recurrió a los raptos. Entre 1432 y 1440 se llegaron a contabilizar hasta 1.000 desapariciones de niños de entre 8 y 10 años en Bretaña. Pero la gran locura llegaba por la noche cuando él y sus esbirros se dedicaban a torturar, vejar, humillar y asesinar a niños previamente secuestrados. Después de cada sangrienta noche Gilles salía al amanecer y recorría las calles solitario, como arrepintiéndose de lo hecho, mientras sus secuaces quemaban los cuerpos inertes de las vícitimas. El temor se apoderó de los habitantes de los pueblos. Los criados tuvieron que ampliar su campo de acción con lo que el pavor se extendía más y más. Hasta que las murmuraciones se convirtieron en gritos que llegaron a las más altas autoridades.

Llegó a utilizar varias de sus posesiones (no sólo el castillo de Tiffauges) para cometer sus fechorías, como el castillo de Machecoul, el de Champtocé y la casa de la Suze.

Una vez se aprovechó de unos niños que eran mendigos y que fueron a pedir limosna inocentemente a su castillo. Gilles los violó y desmembró. A algunos los violó ya muertos y con las entrañas al aire. Una vez muertos los abrazaba fuertemente y deliraba; en otras ocasiones se reía ante los últimos extertores del niño y muchas veces cortaba la vena yugular haciendo brotar la sangre, causándole gran placer.

En algunas ocasiones cuando asesinaba a una de sus víctimas se arrepentía y juraba partir hacia Tierra Santa para redimir sus pecados, pero al poco tiempo volvía a cometer las mismas atrocidades.

Durante los ocho años de terror, Gilles parecía no vivir en un mundo real, rodeado de gran fastuosidad y como si no se diera cuenta de las brutales acciones que llevaba a cabo. Según contó en el juicio que se le hizo, junto con su grotesca corte, cortaban las cabezas de varios niños recién muertos y hacían competiciones para elegir los rostros más bellos. Las cabezas eran ensartadas en picas y las iban calificando. Se llegó a contar que estas calificaciones las firmaba el mismo diablo, que un brujo llamado Rivière podía invocar al diablo, o a uno llamado Barrón, al cual le ofrecían sacrificios como los órganos, ojos, corazones, etc., de las víctimas; todo esto bajo orgías sexuales y etílicas.

En continuadas ocasiones el hermano de Gilles, René, intentó salvar el patrimonio familiar que Gilles estaba vendiendo, incluso con la ayuda del rey crearon una ley por la cual no podían vender más posesiones. René logró comprar el castillo de Machecoul, y vio que en este lugar se encontraban los esqueletos de más de 50 niños. Quiso silenciar lo que vio para evitar posibles malentendidos contra él.

Investigación, captura y ejecución

Pero llegó el momento de que todo esto acabara, y ese momento fue cuando el obispo de Nantes, Jean de Malestroit, investigó las desapariciones de Bretaña y vio que no eran casuales. Malestroit descubrió los crímenes gracias al hecho de que en plena depresión Gilles vendió uno de sus últimos castillos, el de Saint-Etienne-de-Memorte al tesorero de Juan V, Geoffroy de Farron; se enteró Gilles de que un primo suyo, señor de Villecigne, quería comprar el castillo y creyó que Le Farron no aceptó la anulación. Este dejó a su hermano Jean, hombre eclesiástico, al frente del castillo; Gilles en otro de sus impulsos atacó a la iglesia donde Jean celebraba misa y secuestró a este encerrándolo en Tiffauges. El ataque fue conocido por el duque de Bretaña y por el propio Malestroit. Juan V mandó a su hermano el condestable del rey a rescatar a Jean Le Farron mientras él intentaría la paz con Gilles. Al final Gilles de Rais fue capturado el 15 de septiembre de 1440 cuando se presentó a las puertas del castillo de Machecoul, donde estaba entonces Gilles de Rais, un grupo armado al mando del capitán Jean Labbé, que iba acompañado por el notario Robin Guillaumet, en nombre del obispo de Nantes. Portaban órdenes del duque. Era el fin. Gilles de Rais se entregó, junto con Prelatti, Blanche, Henriet y Poitou, y fue llevado a juicio, y el 19 del mismo mes, es decir, cuatro días después de su detención, empezó el interrogatorio que continuó el día 28, y los días 8, 11, 13, 15 y 22 de octubre.

En el juicio (altamente detallado y del que aún existen los escritos del siglo XV), pasaba del insulto a los jueces al hundimiento más absoluto y fue encerrado en una prisión acomodada por su condición de noble. Se declaró al principio inocente, pero en uno de los trastornos de personalidad que ya sufría de años atrás, rectificó y se declaró culpable quedando muy arrepentido de lo que había hecho el día 15 de octubre y finalmente el día 22 ante los jueces eclesiásticos, comandados por el obispo de Saint-Brieuc, documentó todos los asesinatos y las vejaciones que practicaba a los niños (de entre 7 y 20 años), actuaciones pedófilas, rasgaduras, colgamientos del techo por ganchos, decapitaciones, etc. Dijo que hasta había bebido la sangre de los niños, incluso cuando estos aún estaban vivos, que "necesitaba aquel goce sexual" y que escribió un libro de conjuros con la supuesta sangre de los asesinados. Fueron confesiones tremendas, toda Francia se convulsionó ya que la gente no se creía que uno de sus héroes fuera un hombre tan vil. Se llegaron a constatar 200 víctimas aunque probablemente fueran muchas más. Fue condenado por asesinato, sodomía y herejía.

Ante su desmedido arrepentimiento fue incluso objeto de compasión de clérigos y plebeyos y se concedió la petición de que fuera una comitiva detrás de él hacia su lugar de ejecución. Finalmente el día 26 de octubre de 1440, Gilles de Rais junto a dos de sus más perversos colaboradores, habiendo rechazado la gracia real (perdón de la pena que se le extendía por ser Par de Francia) fue conducido al prado de la Madeleine en Nantes para ser decapitado. Sus restos fueron enterrados con solemnidad en la iglesia de las carmelitas de Nantes, a petición del mariscal.

Fragmentos de la declaración de Gilles de Rais en el juicio

“Yo, Gilles de Rais, confieso que todo de lo que se me acusa es verdad. Es cierto que he cometido las más repugnantes ofensas contra muchos seres inocentes –niños y niñas- y que en el curso de muchos años he raptado o hecho raptar a un gran número de ellos –aún más vergonzosamente he de confesar que no recuerdo el número exacto- y que los he matado con mi propia mano o hecho que otros mataran, y que he cometido con ellos muchos crímenes y pecados".

"Confieso que maté a esos niños y niñas de distintas maneras y haciendo uso de diferentes métodos de tortura: a algunos les separé la cabeza del cuerpo, utilizando dagas y cuchillos; con otros usé palos y otros instrumentos de azote, dándoles en la cabeza golpes violentos; a otros los até con cuerdas y sogas y los colgué de puertas y vigas hasta que se ahogaron. Confieso que experimenté placer en herirlos y matarlos así. Gozaba en destruir la inocencia y en profanar la virginidad. Sentía un gran deleite al estrangular a niños de corta edad incluso cuando esos niños descubrían los primeros placeres y dolores de su carne inocente".

"Contemplaba a aquellos que poseían hermosa cabeza y proporcionados miembros para después abrir sus cuerpos y deleitarme a la vista de sus órganos internos y muy a menudo, cuando los muchachos estaban ya muriendo, me sentaba sobre sus estómagos, y me complacía ver su agonía...".

"Me gustaba ver correr la sangre, me proporcionaba un gran placer. Recuerdo que desde mi infancia los más grandes placeres me parecían terribles. Es decir, el Apocalipsis era lo único que me interesaba. Creí en el infierno antes de poder creer en el cielo. Uno se cansa y aburre de lo ordinario. Empecé matando porque estaba aburrido y continué haciéndolo porque me gustaba desahogar mis energías. En el campo de batalla el hombre nunca desobedece y la tierra toda empapada de sangre es como un inmenso altar en el cual todo lo que tiene vida se inmola interminablemente, hasta la misma muerte de la muerte en sí. La muerte se convirtió en mi divinidad, mi sagrada y absoluta belleza. He estado viviendo con la muerte desde que me di cuenta de que podía respirar. Mi juego por excelencia es imaginarme muerto y roido por los gusanos”.

“Yo soy una de esas personas para quienes todo lo relacionado con la muerte y el sufrimiento tiene una atracción dulce y misteriosa, una fuerza terrible que empuja hacia abajo… si lo pudiera describir o expresar, probablemente no habría pecado nunca. Yo hice lo que otros hombres sueñan. Yo soy vuestra pesadilla”